Adicción inesperada, de Antonella Frigerio
Querido diario…
¿Por qué la vida es tan injusta? ¿Acaso es pecado ser homosexual? ¿Tendré que afrontar mis gustos para no recibir castigos?
No lo sé. Año tras año he luchado por defender mis opiniones y decisiones, pero nadie las aceptaba. Perdí a mi familia y a mis amigos más confiables por ser diferente.
Les contaré como empezó todo…
Todos compartían sus sentimientos sin sentirse avergonzados, sentí que tenía que hacerlo y decir de una vez por todas lo que era en verdad. No podía seguir ocultando mi oscuro secreto. Sin esperar un segundo más me paré sobre el escritorio de la señorita Pumplinks y grité bien alto y sin vergüenza “¡¡SOY HOMOSEXUAL!!”… minuto de silencio…
Todos se empezaron a reír y a burlarse, lógico. No entiendo cómo no lo vi venir, ¿qué pensaba en ese momento?
Si eres diferente no esperes que la sociedad te acepte por lo que piensas.
Ya habían pasado dos años, todo seguía igual, miradas burlonas y acusadoras ya eran parte de mi vida diaria. Vivía en un galpón abandonado, ya que mi familia no me quería mirar a la cara. Me las arreglaba pidiendo limosna para la comida y el agua, y por suerte iba a un liceo público. Mi vecino del galpón era un psicólogo, gracias a dios no me tenía asco.
Cuando le conté lo que me sucedía me ofreció consultas gratis solo por un mes. Bueno, por lo menos era algo, al fin tenía a alguien con quien hablar. Él me decía lo que a todos, “solo no les hagas caso y rodéate de las personas que te valoran y que las otras no existan”.
¡JÁ! Qué fácil es decirlo, ¿verdad?, pero yo me pregunto si los psicólogos pasaron por todos los problemas del mundo para decirte todas las soluciones tan fácilmente.
En resumen, su “consejo” no sirvió de mucho, mejor dicho para nada.
Intenté cambiarme de liceo, no funcionó. Probé todas las opciones a mi alcance, no encontré ninguna otra cosa para hacer.
¡Esperen!
Al fin se me había prendido el foco, había una salida.
El día anterior les había preguntado a unos chicos dónde podía encontrar un buen producto para reducir el estrés, ellos me dijeron que había un tal Joel F. que vendía un producto que en sí “solucionaba tu vida”.
Para mí eso fue milagroso, así que sin dar una vuelta más les pedí la dirección de Joel y me dirigí a comprar el producto. Ya estaba ahí, su casa era muy parecida a mi galpón pero más desprolija y sucia. Colgando por encima de mi cabeza había dos championes atados a un cable, no tenía idea de lo que significaba.
Toqué la puerta y con una voz ronca preguntó si era la policía. Le dije que no, presentía algo raro, pero de todos modos no me impidió conseguir el producto.
Joel F. tenía los ojos ojerosos y rojos, debería estar cansado de vender tanto, en fin, antes de irme me detuvo y dijo “intenta no sumergirte en el vaso lleno de agua, te puedes ahogar y nunca podrás salir”, la verdad es que no entendí para nada lo que quiso decir, así que solo asentí con la cabeza y seguí mi camino.
Me sorprendí verdaderamente con la eficiencia del producto, así que cada día iba a comprar más.
Era totalmente mágico, lo mejor que había probado. Durante cinco años estuve consumiéndolo, ¿y dónde creen que terminé?, exacto, en el centro de rehabilitación.
Mi vecino me descubrió consumiendo el producto y me trajo hasta aquí. No entendía nada de lo que estaba pasando, nadie me explicaba. Cuando entramos al centro vi posters sobre las adicciones pegadoas en las paredes y enseguida me di cuenta de qué se trataba todo esto.
Rompí todo lo que estaba cerca, grité, lloré.
Y ahí estaba, tirado en el suelo, deseando que todo fuera un sueño, pero claro está que no lo era. Pero sé que por algo estoy feliz, por algo que siempre estuve buscando, aquí todos somos iguales y nadie te critica.
Conclusión: para que todo sea mejor todos deberíamos estar en un centro de rehabilitación.
FIN.