Nuestro desafío, de Paula Bentancor
Era un martes. Estaba saliendo de mi casa y cuando doblé la esquina vi una sombra que se acercaba por detrás y me colocó un paño con cloroformo.
Intenté resistirme lo más que pude, pero al final no pude contener la respiración e inhalé. Me desmayé en el momento.
Cuando me desperté estaba en una habitación llena de niños, pero me resultó raro: todos tenían aproximadamente mi edad y eran todos rubios y de tez clara.
Apoyé las manos para levantarme y sentí un dolor latente y ardiente en las manos. Tanto, que chillé de dolor.
Me vi las manos y estaban llenas de sangre. Arranqué un retazo de mi camisa blanca y me las vendé. Me giré de golpe al escuchar un quejido, era un chico que miraba horrorizado las palmas de sus manos.
Me paré enseguida y fui a su lado, también tenía las manos ensangrentadas. Después de ayudarle a vendarse, empezaron a despertarse los demás. Sentían horror al ver sus manos.
Después de que todos tuvieron sus manos vendadas y la ropa rasgada, empezaron a hablar para saber qué estaba sucediendo. Yo hablé con el que había ayudado al principio.
Resultó que él también había sido secuestrado.
No sabía por qué, pero seleccionaron todos rubios con ojos azules o celestes excepto yo, pero al decírselo a Jake (era como se llamaba el chico) se mostró confundido.
Me miró y me dijo que yo era rubia con ojos azules, igual que todos. Entonces vi mi cabello y comprobé que él estaba en lo cierto.
Pestañeé varias veces para saber si tenía lente de contactos, pero no. No sabía cómo me habían canbiadio el color de los ojos.
Luego de aceptarlo y descubrir que a otros les había pasado lo mismo, escuchamos pasos afuera de la sala y unos segundos después apareció un hombre, que también era rubio de ojos azules y tez blanca.
Nos empezó a explicar que fuimos seleccionados para ser los próximos dominadores de la tierra, que íbamos a aprender cosas que nunca pensaríamos que podríamos lograr, y que con su entrenamiento seríamos más ágiles, fuertes y letales.
Además, que luego de una prueba sabríamos a qué grupo pertenecíamos, si al de los intelectuales o al de los atletas.
La prueba consistía en captar nuestra respuesta a diferentes estímulos través de computadoras. A Jake y a mí nos tocó en el grupo de los intelectuales.
Y desde ese momento nuestras vidas se volvieron monótonas; estudiar, tomar nuestros medicamentos para mejorar nuestro desempeño, para no necesitar dormir, la insípida comida con exactamente los nutrientes que necesitamos, etc.
Además de ejercitarnos cinco horas diarias en un entrenamiento que básicamente consta de peleas cuerpo a cuerpo y de resistencia.
Luego de casi un año me ascendieron a jefa del grupo de los intelectuales, ya que era la que más destacaba. En vez de aprender, creaba.
Así pude crear varios medicamentos y seguridad nueva, además de armas para los atletas que se entrenaban para ser los mejores en el campo de batalla.
Pero luego me di cuenta de que nos habían sacado nuestra identidad. Sin darnos cuenta arrebataban nuestras memorias y agregaban información, además descubrí que nos habían quitado nuestras huellas dactilares.
Aunque lo peor fue que les estaban sacando o debilitando la humanidad a los atletas para que pudieran asesinar a personas sin sentir remordimiento.
Entonces, liderando a los intelectuales pudimos derribar las barreras de seguridad y pedir ayuda.
Al final de todo esto pudimos salir de ese campo narcisista, pero no logramos recuperar la humanidad de los atletas, así que ahora pertenecen a los ejércitos de sus países natales.
Por desgracia murieron la mayoría de los intelectuales, al no poder soportar el entrenamiento o los medicamentos.
Los seis que sobrevivimos ahora aportamos tecnología novedosa en el campo de la informática y la medicina, y por esos trabajos somos las personas más ricas del mundo.
Pero ahora el desafío es adaptarnos a nuestra vida sabiendo que nunca volveremos a ser los mismos.